A través de un ensamble casi aleatorio, respondo a palabras sueltas que mis amigos me escriben por WhatsApp con fotos que cotidianamente tomo con el celular. Quizá como una reflexión sobre la velocidad e inestabilidad de la comunicación digital, quizá como una ceremonia solitaria. Una conversación digital es fugaz y efímera, pero a la vez es estática y tiesa; se queda ahí guardada y cada tanto volvemos a leerla. ¿Qué pasa con las palabras abandonadas, con los poemas rotos que escribimos y nadie responde?
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