Hace un año mi madre me regaló, bordado por ella, un poema que yo había escrito. El gesto era un acto de amor y así lo recibí. Colgué el poema en mi espacio de trabajo y algunos días después, ciertas preguntas vinieron. ¿Qué pasa cuando ella escribe mis palabras a su manera, las hila y organiza? ¿Acaso pierden su libertad y desenvoltura si se fijan con su técnica, ajena y distante a mí? ¿Es esto un gesto de amor pero a su vez un gesto de domesticación? ¿Mi mamá domestica mis palabras cuando las borda? 
Poemas sobre lo que se esconde en mi memoria -sin poderlo ver- bordados por alguien más, quien de cierta manera representa y ejerce la domesticación sobre mí. Pinturas que hice en casa, donde lo mío –cercano y tangible– está sobre lo que me parece verdaderamente salvaje: lo inaprensible, toda la naturaleza, todo lo que no es humano. Esta exposición acecha mi contradicción. Es un juego y una conversación entre Laura salvaje y Laura domesticada. Señala dónde me duele. Persigue y reúne las preguntas sobre mi libertad y mi deseo, mi obediencia y formalidad. ¿Cuándo salvaje y cuándo domesticada? ¿Se puede ser la una mientras la otra? 

Gracias a mi mamá, Pilar Posada, por bordar mis palabras con amor y paciencia. Por ser la una y ser la otra.
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